Cuando la Era del Esplendor se desvaneció, la oscuridad se extendió por todo el continente. Tras la caída de los Gigantes, Elfos, Orcos y Humanos libraron guerras interminables. En medio de este caos, los Humanos recurrieron a una nueva fe: la adoración a Shilen, diosa de la muerte. Estos fanáticos, que se hacían llamar los Hijos de Shilen, se convirtieron en una fuerza oculta pero poderosa dentro de la sociedad.
En el apogeo del Imperio de Elmoreden, el Emperador Shunaiman ascendió al poder bajo la luz de Anakim, emisaria de Einhasad. Con su bendición, forjó a los Nephilim, un ejército de guerreros divinos revestidos con armaduras de platino. Su poder sagrado aplastó a los ejércitos de Shilen, pero no para siempre. Los seguidores de la oscuridad se retiraron a las Catacumbas y la Necrópolis, donde Lilith, hija de Shilen, levantó a los inmortales Lilim para continuar la guerra.
La lucha entre Anakim y Lilith, entre la luz y la oscuridad, moldeó un imperio de sangre y fe. Shunaiman selló las Catacumbas con el Sello de Gnosis y más tarde pactó con los misteriosos Comerciantes de Mammon, lo que condujo al Sello de la Avaricia. Sin embargo, cada victoria exigía sacrificios, y ni siquiera los Nephilim escaparon a la destrucción.
Los Siete Sellos nacieron en esta era: cerraduras divinas de poder que controlaban castillos, templos y el destino mismo de Aden. Desde los Lilim y Nephilim hasta las secretas Piedras de los Sellos, este fue el surgimiento de una lucha que resonaría por la eternidad.
El Auge de la Oscuridad fue más que historia: fue el origen del conflicto eterno de Aden entre fe, ambición y muerte.
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