Alrededor de una fogata en la montaña, un bardo encapuchado revela una historia más antigua que la memoria: dos fuerzas primordiales—Einhasad (luz) y Gran Kain (oscuridad)—rompen un globo cósmico y siembran el mundo con cielo, tierra y agua. De su espíritu surgen los gigantes, primeros gobernantes y constructores de maravillas. Los hijos de los dioses dan forma a las razas —Elfos, Orcos, Enanos y Arteias—, mientras Gran Kain, celoso, crea a los frágiles pero innumerables Humanos. Un escándalo divino enciende la guerra entre dioses y dragones; el exilio de Shilen da origen a los demonios, y la retirada de Eva inunda el mundo. Crece la duda entre los gigantes, cuya “ciencia” provoca que Einhasad deje caer el Martillo de la Desesperación—un apocalipsis que pone fin a su era. En la ruina, los Elfos intentan gobernar, solo para ser arrollados por la fuerza de los Orcos. Desesperados, arman a los Humanos con magia—creando un aliado que se convierte en su conquistador. Los Humanos ascienden: Elmoreden se alza bajo Shunaiman, reescribe los mitos para reclamar a Einhasad y persigue herejes. El poder se concentra en la Torre de Marfil, hasta que el prodigio Beleth dirige su conocimiento hacia la dominación y es sellado—solo para escapar después. El cisma élfico da nacimiento a los Elfos Oscuros mediante pactos prohibidos, mientras el Emperador Baium intenta alcanzar la inmortalidad y queda maldito en su torre, acelerando la caída de Elmoreden. Siglos de guerra forjan dos grandes estandartes: Aden en el sur bajo la astuta unificación de Raoul, y Gracia al otro lado del mar bajo el acero de Paris. Tras invasiones, traiciones y el genio improbable de un rey niño, se establece una paz inestable. Entonces llega el “preludio”: presagios, Árboles del Mundo agonizantes y revelaciones susurradas, que arrastran a cada raza al borde. En Lineage II, la historia es una antorcha pasada de dioses a gigantes a Humanos—y su llama nunca permanece quieta.